Matías Emiliano Casas, doctor en Historia: "La peregrinación gaucha no es solo fe, también es una performance social y política”
Desde 1945, esta tradición moviliza a familias y comunidades, donde la fe convive con un fuerte sentido de identidad nacional.
Por María Olaizola
Cada año, Luján se transforma en el escenario de un ritual singular: miles de gauchos llegan a caballo para rendir homenaje a la Virgen. Lo que podría parecer solo un desfile de tradición y color encierra, en realidad, una historia más profunda, donde la religiosidad popular se entrelaza con la identidad nacional y el orgullo criollo.

Matías Emiliano Casas, doctor en Historia, reflexiona sobre la peregrinación gaucha y su significado cultural y social. Cortesía: Red Folk.
La peregrinación gaucha, surgida a mediados del siglo XX, consolidó un modo particular de vivir la fe y colocó a los centros tradicionalistas en el centro de la escena cultural. Sobre estos orígenes, tensiones y significados reflexiona el historiador e investigador del Conicet Matías Emiliano Casas, que desde hace años estudia la figura del gaucho en la construcción de la identidad argentina. Autor de Gauchos y católicos: El origen de las peregrinaciones gauchas a la basílica de Luján, Buenos Aires, 1945, explica cómo esta manifestación popular resignificó tanto la devoción mariana como la vida pública del país.
¿Cómo surgió la peregrinación gaucha a Luján?
La primera peregrinación gaucha a Luján fue el 7 de octubre de 1945. Surge de un encuentro casual, cuando miembros del Círculo Criollo El Rodeo, camino a San Antonio de Areco, se detuvieron por la lluvia y se sumaron a un desfile en Luján. Allí, el obispo Anunciado Serafini los invitó a rendir homenaje a la Virgen. Desde entonces, los gauchos participan en las peregrinaciones de otros grupos. Así, unen la devoción y la cultura, con las celebraciones y las competencias criollas que consolidaron al gaucho como símbolo nacional.
¿Cómo se vinculó el gaucho con la religiosidad?
La Iglesia promovió el marianismo para frenar la secularización y reforzar su presencia a través de la Virgen de Luján, símbolo que impulsó nuevas prácticas y peregrinaciones lideradas ahora por hombres. En paralelo, se revalorizó la figura del gaucho como emblema de trabajo y honradez. Se construye una “religiosidad gauchesca” adaptada al campo y sus vínculos sociales. Así, ganaron visibilidad y se unieron a las autoridades en las fiestas patrias para “argentinizarlas”.
¿Cuál era el perfil social y económico de estas asociaciones gauchas?
La composición social de los centros tradicionalistas era muy heterogénea y no permite definir un perfil socioeconómico neto. Si bien se requería cierto poder adquisitivo para mantener un caballo y adquirir la indumentaria gauchesca, también incluían a trabajadores locales que, de otro modo, no podrían acceder a la práctica ecuestre. A diferencia de Uruguay, donde las asociaciones criollas solían estar ligadas a las élites, en Argentina se sostenían más “a pulmón”, recurriendo a rifas y kermeses para financiar sus actividades. Esa diversidad se reflejaba en la peregrinación gaucha, donde los participantes no solo mostraban su devoción a la Virgen de Luján, sino que también se presentaban ante la sociedad, reafirmando su identidad y su pertenencia cultural.
¿La peregrinación es un acto de fe, una afirmación cultural o un acto político?
La peregrinación gaucha de fines de los años 40 no era solo una expresión de fe, sino también una performance social y política. Los centros tradicionalistas exigían a sus socios asistir montados y con la indumentaria adecuada. Quienes no lo hacían eran sancionados, porque la participación era vista como un mensaje simbólico: los gauchos representaban a la patria y la argentinidad. Estas peregrinaciones funcionaban además como espectáculos populares, con desfiles, juegos y comidas, que reforzaban su lugar en la vida comunitaria. Aunque en general la política no ocupaba un rol central, a partir de los años 50 y sobre todo tras la muerte de Eva Perón, los grupos incorporaron manifestaciones de apoyo al peronismo, no porque este se infiltrara en ellos, sino porque muchos de sus miembros se identificaron con el movimiento, reflejando la polarización de la sociedad argentina de la época. También era una muestra explícita de fidelidad e identificación con la Iglesia Católica, porque era una práctica avalada y promovida por el Obispado; tuvo desde el inicio un vínculo directo con las jerarquías de la Iglesia.
Antes se asociaba la práctica religiosa a la figura femenina ¿Cómo cambiaron las peregrinaciones gauchas esta visión?
El proceso de masculinización de la fe se data desde el principio del siglo XX con diferentes demostraciones. Pero en el sentido profundo tiene que ver con reconocerse en un rol distinto. De alguna manera, supone asumir una vulnerabilidad que antes estaba completamente negada. Pensemos que históricamente las prácticas religiosas quedaban en manos de las mujeres, mientras los hombres esperaban afuera o, incluso, iban a misa sin bajarse del caballo, lo cual también era un símbolo de poder. Pero lo interesante es que, aunque no hubiera una reflexión sobre esas estructuras, lo que aparece en la peregrinación es otra cosa: la posibilidad de que los varones se arrodillen frente a una cruz, que se bajen del caballo, que le rindan reverencia a una figura femenina como la Virgen de Luján. Y eso, simbólicamente, es muy fuerte, porque tensiona esa idea de bravura y de fuerza masculina que parecía no dar lugar a mostrarse vulnerable.
¿Qué rol cumple el caballo para estas agrupaciones?
El caballo es un actor protagónico de estos centros tradicionalistas. No se trata de sectores que no se preocupen del cuidado del animal; al contrario, para estos grupos la figura del caballo es tan central como su propia indumentaria, como la propia figura del Gaucho, que no se puede pensar sin el caballo. Eso requiere, por supuesto, de cuidados y atenciones especiales que en la medida de sus posibilidades y sus conocimientos, tratan de dárselo.