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Luján a caballo: la unión de la tradición y la fe

Más de 40 centros tradicionalistas de todo el país se congregaron en Luján a caballo para mantener viva una fe que se transmite entre generaciones hace 80 años.

Por Rosario Pelegrina

Las calles mostraban un contraste vivo entre el campo y la ciudad. Los caballos avanzaban lentamente delante de camionetas modernas, los carruajes se mezclaban con los autos impacientes, las banderas argentinas flameaban frente a los semáforos. En el puente sobre el río, miles de jinetes se dirigían a la basílica. Algunos emprendían el regreso, mientras que otros recién llegaban para dar su saludo a la Virgen.

 

En la mañana del domingo 28 de septiembre, Luján se transformó. Más de 40 centros tradicionalistas de todo el país peregrinaron para rendir devoción a la Patrona Argentina en la 80ª edición de la Peregrinación Gaucha.​​

Algunos peregrinos, que acamparon desde el jueves, emprendieron un largo viaje de regreso a sus casas. Video: R.P.

La tradición comenzó el sábado por la noche. Bajo la lluvia, hubo una misa que reunió a miles de peregrinos. Para ellos no fue casualidad. “Hace muchos años, unos gauchos vinieron a pedirle a la Virgen que lloviera en medio de una sequía, y llovió. Desde entonces, cada peregrinación tiene su llovizna”, recordó Juan Quiroga.


El domingo, la jornada comenzó a las 9:30 con la bendición de los estandartes de las agrupaciones gauchas desde el palco oficial, en la avenida Nuestra Señora de Luján. Luego, el intendente Leonardo Boto dio la autorización formal para dar inicio al desfile en homenaje a la peregrinación.

 

Una carreta tirada por bueyes, que llevaba la imagen de la Virgen, recreó la historia de la patrona de la Argentina. Después se bailó el Pericón Nacional. Las mujeres vestían de blanco y celeste; los hombres, de negro, con el poncho al brazo y las rastras brillando en la cintura. De fondo, la Basílica coronaba la escena al compás del ritmo nacional.
 

A las 10:30 comenzó el desfile de las agrupaciones tradicionalistas y círculos criollos, que partió desde la calle Cervantes. Lo abrió la agrupación de los Infernales de Güemes, con su típica banda roja, donde se leía “¡Viva la Federación!”. Sus vestiduras coloradas resaltaban entre los demás gauchos.

Las calles de Luján se tiñeron de colores por la peregrinación gaucha. Foto: M.O.

Un amplio operativo de seguridad se había desplegado desde el jueves anterior para controlar la magnitud del evento. Miles de peregrinos y desfilantes se reunían en la rotonda Ana de Matos, esperando su turno para desfilar; algunos llevaban allí varios días.

“Vinimos por lo tradicional, lo llevamos en la sangre. También por la Virgen, para agradecerle y pedirle por el laburo”, dijo Nahuel“La tradición se está perdiendo, tenemos que pelear para preservarla”, concluyó.​  

Bajo los rayos del sol, las agrupaciones esperaban pacientemente. Desde el escenario, un relator anunciaba la procedencia de cada delegación y comentaba alguna anécdota sobre sus pueblos. A un costado, un sacerdote arrojaba agua bendita con un balde. Unas vallas indicaban el camino que debían seguir para pasar frente a la basílica. 

Tanto peregrinos como animales fueron  bendecidos por los sacerdotes. Foto: D.A.

Al llegar frente a la Virgen, cada peregrino ofrecía su homenaje: algunos hacían la señal de la cruz, otros se sacaban la boina o el sombrero, los más chicos tiraban un beso. Todos hacían un gesto de respeto a la Patrona de Luján.

Camila, jefa de la agrupación criolla Los Baguales de Pilar, compartía su emoción: “El caballo es todo para nosotros, lo mamamos desde chiquitos. Mi primer desfile fue a los tres meses, en 1999. Todos los años trato de cumplirle a la Virgen, así como ella me cumple a mí. Lo principal es que los animales lleguen bien, y que la tradición no se muera”.

 

Alrededor de las vallas, la gente se apretujaba. Había familias que esperaban el saludo de los suyos, otros llegaban por simple curiosidad y algunos turistas, sin saber que ese fin de semana era la peregrinación gaucha, se conectaban con la tradición.

El cielo estaba celeste, puro, como arrancado de la franja de la bandera nacional. El sol caía con fuerza, pero ningún gaucho se quitaba la vestimenta típica. “Hay que cuidar el caballo, venir prolijo”, dijo Gabriel.

Las mujeres deslumbraban con sus polleras verdes, rosas, violetas y celestes, que caían hasta las patas de los caballos, aunque algunas se manchaban con el sudor de estos. Los hombres, vestían sombreros o boinas, camisas claras, chalecos de cuero, pañuelos de colores, bombachas de gaucho, botas largas y cuchillos en la espalda.

Los caballos también vestían de gala: aperos, monturas de cuero y plata, cabezales

bordados, espuelas y ponchos caían sobre sus lomos. Fotos: M.O.

La música acompañaba. Un guitarrista punteaba chacareras conocidas desde el escenario. Había una mezcla de olores que iba desde choripanes y facturas calientes, hasta bosta de caballo. El traqueteo de los cascos contra el asfalto era constante, y en algunos carruajes colgaban campanas que resonaban con cada movimiento.

Los colores se multiplicaban con banderas argentinas, bonaerenses y estandartes de las asociaciones criollas. “El estandarte se lleva por mérito", explicó Daniel, un desfilante. “Lo vamos pasando en cada desfile para que todos tengan la oportunidad de llevarlo y de compartirlo”, agregó.

El ambiente que se respiraba era de familia y de tradición. Niños vestidos de pies a cabeza igual que sus padres, generaciones enteras que repetían el legado de los abuelos. “Desde que nací vengo acá”, decía Pamela, con lágrimas en los ojos. 

Caballos de todos los pelajes llenaban de movimiento la escena. Niños que parecían haber nacido sobre el lomo de un caballo se contrastaban con hombres que doblaban en edad a sus animales. Familias enteras buscaban transmitir la fe junto al amor por la tradición.

Los niños: los grandes protagonistas del desfile. Fotos: D.A. y M.O.

Al caer la tarde, los gauchos comenzaron a emprender el regreso. Familias enteras volvían a sus pueblos, los caballos cruzaban otra vez el río y las polleras manchadas de tierra se confundían con las botas de cuero.

Gabriel Paglieri, sacerdote, resumió el espíritu de la peregrinación: “Hacernos hermanos es un arte. No caminamos con personas, sino con hermanos, porque somos hijos de un mismo Padre y Madre. En este camino, salimos de nuestro egoísmo para caminar como familia, como pueblo de Dios”.

80 años de la peregrinación a caballo a Luján. Foto: M.O.

La 80ª Peregrinación Gaucha demostró que la fe no solo se sostiene en las prácticas religiosas, sino también en las tradiciones que atraviesan generaciones. En Luján, la devoción a la Virgen volvió a reunir a familias enteras, que encontraron una forma de expresar su identidad y mantener vivo un legado que combina fe, cultura y comunidad.

Elaborado por: Paola Parés, Dolores Alzueta, María Olaizola y Rosario Pelegrina. 
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